Los complejos físicos, desde un leve malestar hasta una preocupación obsesiva por nuestro aspecto, son una realidad que se ha convertido en norma dentro de nuestra cotidianeidad, una fuente de sufrimiento que nos produce insatisfacción de una manera casi automática.

¿Quién no se ha sentido molesto alguna vez ante un supuesto “defecto”? Un poco de acné, alguna arruga, sobrepeso, canas, la nariz un poco grande, la nariz un poco pequeña, etc, sin duda sobre nosotros recae el peso que ejercita la presión social, máxime cuando vivimos en una sociedad de la imagen, que ha convertido la imagen misma en un producto más que sabe explotar con éxito nuestro deseo de sentirnos bellos, de encajar y tener éxito, pero que por contra nos puede conducir a todo lo contrario: sentirnos imperfectos, sin atractivo, rechazados y rechazables.

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A los condicionantes sociales, hay que unir los condicionantes temporales. El paso del tiempo, o mejor dicho, el paso a través de las distintas etapas de nuestra vida, desde niños hasta ancianos, nuestro cuerpo y sus capacidades físicas van transformándose, y con ello también nuestras expectativas y necesidades. Todo ello va creando nuestra identidad, a modo de imagen corporal.

Por ejemplo, en la adolescencia, la expectativa de ser aceptado, de cumplir cierto estándar provoca infinidad de complejos que a su vez modifican nuestras conductas. Un o una joven que crea que tiene los dientes muy grandes o muy separados, aunque esto no sea necesariamente cierto, tenderá a no reír en público, a cerrar la boca ante una fotografía.

Esta imagen corporal negativa, condiciona nuestra percepción de nosotros mismos, nuestras emociones y acciones, lo que lleva a una reducción de la autoestima, a tener sentimientos depresivos y ansiedad social.

Factores que influyen en nuestra satisfacción corporal.

El Género.

Las mujeres, por regla general se preocupan más de su aspecto físico que los hombres, pues identifican éste como una característica propia de su género. Esto es consecuencia de una sociedad eminentemente patriarcal, donde la mujer es relegada a una función accesoria y muchas veces ornamental. Tratar de sentirse guapas, femeninas y agradar a los demás, no en base a sus propias necesidades, sino a criterios y roles prestablecidos que les son ajenos, supone una carga extra para las mujeres.

La edad.

Quien más quien menos puede constatar en su propia experiencia vital que mientras que siendo niño la preocupación por el aspecto corporal era ínfima, ésta creció exponencialmente durante la adolescencia para ir decayendo paulatinamente en la edad adulta. Finalmente, de ancianos, la merma de capacidades físicas (fuerza, agilidad, flexibilidad, achaques) debilitan la confianza en nuestro propio cuerpo.

El entorno.

La presión que ejerce el modelo de sociedad, como hemos visto, con su carga de condicionantes y estereotipos de belleza, roles de género (hombres fuertes y musculados, mujeres esbeltas y delgadas) va moldeando nuestra imagen corporal, va exponiéndonos a diferentes modelos donde compararnos y ser comparados.

Pero intentar encajar en este “prototipado”, como si de piezas del Tétris se tratara, afecta a la persona y a su entorno en igual medida. No solo la persona quiere encajar, sino que su entorno también, y para ello presionarán en dicho sentido. La familia, los amigos, los compañeros de trabajo y de ocio, todos son “victimas y verdugos”, desde padres y madres que transmiten la preocupación por la apariencia, pasando por el compañero burlón o los motes recibidos (el fofo, napias, la pecas).

Nosotros mismos.

Si tenemos baja autoestima, si ya dudamos de nosotros mismos, o si somos perfeccionistas en exceso y tenemos estándares muy exigentes, así como si padecemos depresión o ansiedad, tendremos o tenderemos a tener una mayor insatisfacción corporal.

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¿Porqué nos acomplejamos?

Todo lo anteriormente expuesto ejerce una influencia notable sobre nuestra experiencia corporal y nuestras percepciones, si nos salen canas esto nos recuerda que envejecemos, si nos deja de valer la ropa, estamos engordando, si no rendimos igual, no estamos en forma. Todo ello se refuerza más si recibimos una crítica, por moderada que sea, en dicho sentido. Este mecanismo también funciona a la inversa, si se nos elogia nuestra belleza o alguna característica personal, nos vemos reforzados.

Tanto críticas como elogios nos hacen cobrar conciencia de nuestro aspecto físico, pero al estar en un entorno superficial en lo relativo al aspecto, tendemos a centrarnos más en lo que consideramos son defectos. Nos convertimos en nuestro crítico más exigente, nos comparamos con los que consideramos modelos de éxito (más atractivos, mas atléticos, etc) y terminamos pensando que los demás tienen de nosotros la misma opinión negativa que tenemos nosotros mismos, sin necesidad que ésto sea cierto.

Así se van generando sentimientos de malestar y de vergüenza que nos llevan a actuar a la defensiva, mediante conductas de evitación, como no asistir a reuniones sociales, evitar los vestuarios, no bañarse en una piscina… también tratamos de disimular, metiendo la tripa al caminar, maquillándonos o tiñiéndonos, evitando sonreír, ladeando la cara o tapándola con el pelo ante una fotografía… y por último realizamos comportamientos de verificación, como pesarse constantemente, mirarnos al espejo, preguntar sobre nuestro aspecto físico a los demás.

Todas estas actitudes defensivas no sirven sino para fortalecer nuestros complejos y ciertas creencias aparejadas a ellos, como que el aspecto físico traduce la personalidad y determina la valía de una persona, que la “imperfección” es señal de dejadez personal, que la sociedad nos exige ser guapos/as y por tanto es necesario para alcanzar el “éxito”.

Bien, llegados a este punto, hemos analizado muchas cuestiones sobre los complejos, que los causan y fortalecen, y ahora, lógicamente te estarás preguntando sobre que puedes hacer para mejorar tu percepción, por ende, tu satisfacción corporal. No dejes de leer el siguiente artículo: Aceptar los complejos y mejorar nuestra satisfacción corporal.